Carrusel

Íntimo y sensual

Edición especial Revista Carrusel

Foto:Fotos: HernÁn puentes. Producción y styling: carolina baquero. locación: casa lelyte, www.casalelyte.com modelo: Érica ruini mánager: irma aristizábal (irma@irma-a.com). maquillaje y pelo: juan david roja

Vanessa Rosales reflexiona sobre la necesidad de reeducar la mirada hacia la sensualidad femenina.

Paula Hernandez
A las mujeres se les enseña, desde pequeñas, a dividirse. A sentirse partidas. La lección recibida va un poco así: puedes (incluso debes) ser objeto de deseo masculino –sé bonita, plácida, atractiva–, pero procura evitar, a toda costa, convertirte tú en un ser sexual; el goce, el apetito, el deleite no están bien vistos en ti. ¿Suena reconocible?
Desde pequeñas, sin darse cuenta y a lo largo de muchas etapas de sus vidas, las mujeres viven la feminidad a través de esa herida que resulta muchas veces imposible de sortear. También para los hombres. Enseñados desde pequeños a ver a las mujeres de forma dividida, es frecuente que a ellos se les escapen los matices y la complejidad de lo femenino, en parte porque se les inculca que un varón “real” lleva implícitos la fuerza, la brutalidad, la posesión y el control.
El mundo, largamente contado y representado por la mirada masculina, moldeó sus imaginaciones sobre la mujer a través de una serie de divisiones que muchos conocemos bien. Una mujer es una cosa u otra. Por ejemplo, es elegible para casamiento o compañera en las delicias de lo terrenal. O es la musa de la lascivia o 'la madre de mis hijos'. Esos binarios han sido aprendidos tanto por hombres –para mirar a las mujeres– como por las mujeres –para mirarse a sí mismas.
Sin embargo, nuestro presente está demostrando ser una magnífica oportunidad para que florezcan y se validen las perspectivas femeninas. También para crear formas más pacíficas de vivir desde lo masculino. (Tal vez, también, para afianzar una forma de mirar menos inclinada hacia la división y más dispuesta a manejar la complejidad que hay en la contradicción).
Ninguna época como la que actualmente vivimos había logrado arrojar tanta información sobre cómo las mujeres experimentan el mundo en el que viven. La era de la inmediatez digital, de la opinión sin límites y de la comunicación global, entre otros, ha ayudado a crear un terreno para que ciertas cosas comiencen a sacudirse.
Lo que ha pasado con las notorias iniciativas como #YoTambién (#MeToo) y #Time'sUp no ha sido tanto la revelación de temas novedosos como la exposición de una herida silenciosa que lleva décadas infectada: la intimidación hacia las mujeres ha sido tan frecuente y se ha naturalizado tanto que solo hasta ahora, y por sentirse en un contexto que les permite hacerlo, ellas están hablando.
Y lo que están diciendo es que ser maltratadas a través del sexo es algo demasiado común. Algo que sucede en la calle, con la mirada lujuriosa que no ha sido invitada, con el comentario lascivo que lastima e invade, y con el horror de ser brutalizada por la fuerza física.
La deseabilidad de las mujeres la han definido durante largo tiempo los hombres. Lo irónico, lo complejo, lo difícil, es que ese mismo deseo varonil suele condenar la sexualidad y la sensualidad femeninas. Algunas de las críticas más brillantes e incómodas del país han empezado a preguntarse, en ese contexto y en medio de los muchos matices, ¿dónde queda, en todo esto, el deseo femenino?
¿Acaso una mujer no espera sentirse deseada también? ¿Dónde operan los límites entre su voluntad y la aprobación de una mirada varonil? ¿Dónde queda el placer? ¿Y los brotes de goce que pueden provenir de la sensualidad? ¿Dónde queda la libertad, largamente vedada, del deleite femenino?
También es cierto que no solo los hombres condenan la sensualidad. Las mujeres, cuando interiorizan una forma machista de ver a otras y a sí mismas, no se sienten cómodas ante una mujer que asume esa parte de sí misma. Y he allí una de las muchas complejidades que afrontamos.
Lo que también nos ha estado mostrando esta coyuntura es que hay algo que no está bien en cómo los hombres pueden llegar a expresar su deseo hacia nosotras. Y eso puede generar lo que sucede, por ejemplo, cuando una mujer decide usar la hijab (el velo que cubre la cabeza de las musulmanas) porque, hastiada de la incapacidad de ellos para 'controlarse' a sí mismos, quiere ser vista a los ojos, más allá de la lujuria que se ha concedido como algo “varonil”.
El problema está en que para muchas mujeres el deseo se ha convertido en algo que muchas veces lastima. Y eso nos conduce a otro tema que vale la pena contemplar: la diferencia entre antisexismo y antisexualidad. A lo largo de la historia, y con el fin de mantener al margen la lujuria indeseada y dañina, las mujeres han recurrido a la modestia, a cubrirse, a velar su sensualidad. Muy poco hemos evaluado cómo pueden reaccionar los hombres ante la sensualidad y sus deseos. Entonces cabe preguntarse ¿por qué no volcamos la perspectiva hacia cómo reaccionan los hombres ante la imagen de una mujer? Lo que se nos ha mostrado también es que resulta importante reeducar la mirada hacia la sensualidad femenina.
Uno de los interrogantes más complejos de todo esto es, precisamente, ¿cómo reclamar nuestra sensualidad? Tal vez esa es una de las cosas que necesitamos empezar a pensar como mujeres: cómo apropiarnos de la bella fuerza que más nos han temido; cómo definir la sensualidad, el deseo y el placer en unos términos que nos liberen, no que nos lastimen; cómo aprender a no temerle a ese aspecto que nos habita. Y también, cómo invitar e incluir a los hombres para que puedan ver la sensualidad femenina de manera más humana y con más empatía.
Vanessa Rosales 
PARA CARRUSEL 
@VanessaRosales_
Créditos:
Producción y Styling: Carolina Baquero 
Locación: Casa Lelyte  www.casalelyte.com
Modelo: Érica Ruini
Maquillaje y pelo: Juan David Rojas#

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