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Desaparición de cultivos, una alerta en el campo de Colombia

Expertos pronostican cómo mejorar la situación agrícola del país y los retos a futuro.

Miguel Ángel Espinosa Borrero
Hace 30 años, la vocación agrícola del país crecía de manera que le permitía al Estado soñar con competir a nivel mundial. Sin embargo, el conflicto, la falta de información y hasta la disminución en el apoyo de algunos cultivos, llevó a que muchos de los alimentos que se cultivaban en grandes cantidades cayeran y permanecieran estáticos por muchos años.
Productos como café, banano, flores, azúcar y aceite de palma conforman el top de los cultivos de mayores exportaciones. Y son, hasta hoy, las producciones insignia del país.
No obstante, un Conpes de 1990 aprobó que se iniciara la apertura económica gradual del país, con el ánimo de incentivar el crecimiento de la industria nacional y competir con los demás países, lo que se convirtió en una de las causas de la considerable disminución y hasta desaparición de muchos cultivos tradicionales.

Hubo una caída de la producción, pero el impacto no fue tan malo, sino que el país no tiene cómo competir

En ese momento, la agricultura representaba el 22,30 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), diferente a lo visto en el último análisis del 2017, cuando la agricultura pasó a representar apenas el 6,30. Esto no representa una crisis, pero, según expertos, explica que la vocación por el campo ha cambiado durante los últimos años.
Esta apertura, además de otros inconvenientes, es para Alejandro Vélez, quien fue vicepresidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), uno de los factores que contribuyó a la caída de algunos niveles de producción, pues para competir a nivel mundial, al país le falta mucho en materia de inversión.
“Las producciones existían pero eran muy focalizadas. Por ejemplo el trigo, el país no tiene unas condiciones agronómicas para producirlo. Entonces al no tener una producción alta, la necesidad de abastecimiento empezó a suplirse por externos como Estados Unidos o Argentina. Hubo una caída de la producción, pero el impacto no fue tan malo, sino que el país no tiene cómo competir”, señala Vélez.

Es paradójico que en un país en el que se puede aumentar 20 millones de hectáreas el área de producción, se estén importando cerca de 12 millones de toneladas de alimentos al año

Según cifras del último Censo Nacional Agropecuario (CNA), publicado en el 2015, de más de 111 millones de hectáreas con las que cuenta el país en el área rural ‘dispersa’, 26 millones tienen potencial para la producción agropecuaria y forestal, pero solo se produce en 7 millones de hectáreas (27 %).
“Resulta paradójico que en un país en el que se puede aumentar en 20 millones de hectáreas el área destinada a producción agropecuaria -sin afectar zonas de reserva- se estén importando cerca de 12 millones de toneladas de alimentos al año”, indica un informe de La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
Según estudios de la Unidad de Planeación Rural Agropecuaria (Upra), de los suelos netamente agrícolas, que son 11,3 millones de hectáreas, solo se aprovecha el 35 por ciento, aunque hay un total de 42,3 millones de hectáreas destinadas al uso agropecuario. “Lo que significa un altísimo porcentaje de área rural con conflictos entre vocación y uso del suelo, principalmente por actividades pecuarias en suelos que no tienen esa vocación”.

El país tiene zonas productoras de maíz y no ha podido avanzar tecnológicamente con su producción. Al abrir el mercado se cae la producción porque no tenemos cómo competir”

“Eso es lo bueno de la desmovilización de las Farc, esperemos que sirva para que se puedan explorar más territorios y explotar más la tierra que tenemos”, apuntó Alejandro Vélez.
En 2018 (respecto a 2017), las importaciones de productos agropecuarios, alimentos y bebidas se incrementaron en 10.5 por ciento. Los cereales tienen el mayor peso en esa variación con el 2.7 por ciento, lo que quiere decir que hay una fuerte dependencia de las importaciones en el grupo de cereales, pero también en leguminosas, grasas y aceites vegetales, grupos constituyentes de la base de la alimentación de los colombianos, según la FAO.
Uno de los sectores que más se ha visto afectado por esta apertura es el de los cereales. El país consume 7 millones y medio de toneladas al año, pero solo produce un millón y medio de toneladas, por lo que se ve obligado a importar maíz.
“El país tiene zonas productoras de maíz y no ha podido avanzar tecnológicamente con la producción de este producto. Al abrir el mercado se cae la producción porque no tenemos cómo competir”, asegura Vélez.
En la actualidad, el país cuenta con un área sembrada de 400.000 hectáreas de maíz. En un momento se le apostó a su crecimiento, no obstante la producción cayó y por eso las cifras no se han movido en los últimos cinco años.
El trigo y la cebada representaron en los años 90 una producción de hasta 200.000 toneladas, pero según datos del 2018 la producción de cebada es solo de 6.000 y el trigo de 5.000.

Las personas ganan más trabajando en el tema petrolero, por eso se han dejado perder muchos cultivos y han decaído en su producción

En materia de soya, este producto también ha presentado una elevada disminución. De las 232.140 toneladas producidas en 1990, solo se produjeron 62.264 en 2017. Esto configura una merma del 73 por ciento. Sin embargo, si se compara la producción de 2017 con la media histórica del producto, este se encuentra reducido en poco más del 25.
El ajonjolí se encuentra por debajo de su media histórica de 4.200 toneladas producidas, en 2017 se produjeron 3.193 toneladas, una disminución del 24 por ciento con respecto a la media.
El maní ha presentado una disminución de más del 76 por ciento. En 1994, su punto más alto, se lograron producir 9.176 toneladas, pero en 2017 solo se produjeron 2.152.
La reducción del sorgo es alarmante. En 1990 se produjeron 766.947 toneladas, en 2017 se produjeron solo 9032, una reducción del 98,8 por ciento.
Junto al sorgo, la cebada es de los cultivos más reducidos. Si se compara con las 113.439 toneladas que se produjeron en 1979, la reducción fue de un 95 % para este 2017.
Uno de los departamentos más golpeados por la baja en cebada es Boyacá, de acuerdo con Segundo Chaparro, secretario de Agricultura del departamento, hace 15 años 40 municipios de la región vivían de los cultivos de cebada –que llegaron a ser 30.000 hectáreas con una producción de 75.000 toneladas al año-, pero con las importaciones de las empresas cerveceras, hoy se habla solo de 5.000 toneladas.
“El Gobierno permitió que las empresas cerveceras importaran, por eso se dejó de comprar directamente acá y eso afectó a los productores. Muchos no tienen dónde más trabajar”, expresa Chaparro.
Factores como la falta de apoyo a los cultivadores han derivado en el abandono de cultivos como es el caso de Casanare, donde la fiebre del petróleo ha llevado a que se pierdan cultivos de maíz y yuca.
“Las personas ganan más trabajando en el tema petrolero, por eso se han dejado perder muchos cultivos y han decaído en su producción”, asegura Camilo Montagut, secretario de Agricultura de Casanare.
En el caso del sorgo, La Guajira pasó de cultivar 3.634 hectáreas en 2002 a no tener ninguna en la actualidad. Según el ingeniero agrónomo Bernardo Baquero, el sorgo ya no se cultiva en La Guajira por cuestiones de precios y rendimientos, por lo que la comunidad no lo ve viable.
En cuanto a trigo, durante los años 90 mantuvo una media de 86.511 toneladas producidas, alcanzando su máximo punto en 1993 con 117.718 toneladas. Esta cantidad se redujo en un 35 por ciento durante la década del 2000, pasando a 56.175 toneladas de media.
Este cultivo vio su menor producción en el 2017, alcanzando una cantidad de solo 8.095 toneladas producidas y viendo su media de producción bajar un 70,5 por ciento comparado con la década anterior, la disminución ha sido rápida y marcada en este cultivo.

Una apuesta incompleta

El Estado ha realizado diferentes inversiones para algunos productos, sin embargo, en otras regiones del país frutos como el aguacate no han recibido apoyo.
Danilo Contreras, secretario de Agricultura de Bolívar, señala que en la región de los Montes de María unas 2.200 familias se vieron afectadas luego de que la violencia y una plaga afectaran los cultivos de aguacate antillano.
“Hemos tocado las puertas del Ministerio de Agricultura, pero aún no se nos da el apoyo para poder financiar estos cultivos, pasamos en 10 años de producir 43.000 toneladas a menos de 20.000”, señala Contreras.

La región de Montes de María, conformada por 15 municipios y 137 corregimientos de los departamentos de Bolívar y Sucre, ha sido una de las zonas del país en las que se ha sentido con más fuerza el impacto del conflicto armado en la población civil.

Foto:Yomaira Grandett/ El TIEMPO

La violencia paramilitar que sacudió a la zona fue el principal detonante para el abandono de los cultivos de este tipo de aguacate. Hoy, todas las familias no han regresado, o han emigrado a cultivos como la palma o el ñame.
No obstante, el secretario de Agricultura resalta que muchas familias pueden vivir aún de estos cultivos y el aguacate nativo no se debe perder por una nueva apuesta como el has.
Según datos del Ministerio de Agricultura, para este año se espera una inversión, con un presupuesto ya gestionado, de 2.5 billones de pesos. Para los próximos 4 años se espera que la cifra total de inversión sea de 15 billones de pesos.
No obstante, aún hay departamentos donde se cuestionan dichas inversiones. Es el caso de Caquetá, donde la rentabilidad de cultivos de coca ha desplazado a los cultivadores, quienes manifiestan que el Estado no les ha cumplido con los procesos de sustitución.

la gente prefiere ir a cultivar coca teniendo en cuenta que el Estado les ha incumplido con lo de la sustitución de cultivos ilícitos

“Todos los cultivos, plátano, caucho, yuca y caña, se han reducido y ahora están estáticos. Tenemos unas 75.000 hectáreas quietas, porque la gente prefiere ir a cultivar coca teniendo en cuenta que el Estado les ha incumplido con lo de la sustitución de cultivos ilícitos”, asegura Orlando Rojas, funcionario del departamento de estadística de la Secretaría de Agricultura de Caquetá.
Aunque Vélez sostiene que en Colombia los cultivadores no se sienten respaldados por el Estado pese a algunas maniobras o apuestas, para María Helena Latorre, directora ejecutiva de Cámara Procultivos, se deben diseñar estrategias más tecnológicas pensando en el futuro.
“Se pueden priorizar cultivos y regiones de acuerdo con la vocación, es una metodología para que aumentemos cultivos promisorios en determinado tiempo. Hay que apostarle a hacerlo suave y lograr, tal vez, ordenar y priorizar con paquetes tecnológicos las cosas”, sostiene Latorre.
MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA BORRERO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @Leugim40

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