MVNA

Martes, 23 de Junio de 2020

Desde hace tiempo viene desarrollándose una metodología que tiene directa relación con la estabilidad del sistema.

Se trata de la movilización violenta no armada (MVNA).

A diferencia de la protesta social que, por naturaleza, está revestida de profunda legitimidad democrática y se halla consagrada en la Constitución, las movilizaciones violentas son una deformación de la participación ciudadana.

Tal como su nombre lo indica, al ser violenta descompone por completo la convivencia y convierte cualquier reivindicación en una acción perversa orientada a someter a otros a los dictados de un interés grupal, o sectorial.

Y lo que es peor, al no estar visiblemente armada, hace que el monopolio legítimo de la fuerza se vea cuestionado sistemáticamente.

Y lo hace porque su objetivo no es otro que paralizar a la Fuerza Pública so pretexto de que tan sólo se trata de la expresión catártica de energías sociales reprimidas.

Por supuesto, esta metodología puede ser desarrollada en contextos urbanos o rurales, se mimetiza en la protesta social y en ocasiones ni siquiera oculta la coreografía que caracteriza a las asonadas.

Puesta en marcha como herramienta sediciosa, o como dosificación de la subversión, la MVNA hace parte de los cordones de seguridad del crimen organizado y está telecontrolada por él.

Asimismo, goza de defensores y promotores intelectuales que, aparentemente independientes, en verdad están asociados a ella para exaltarla, justificarla y animarla, siempre escudados en la tesis de la ausencia del Estado en las áreas más deprimidas del territorio nacional.

Ausencia que -aun siendo innegable por la pusilanimidad de algunos gobiernos-, se enarbola como detonante, pero también como patente de corso para manipular a ciertos núcleos ciudadanos con el fin de que se abalancen sobre las fuerzas del orden.

Se abalancen sobre ellas y las acorralen, buscando neutralizarlas para convertirlas en hazmerreír de propios y extraños, o sea, en entelequias maniatadas sin capacidad para actuar contra las redes organizadas, verdadero origen del problema.

Al ser usados como escudos humanos, los facciosos no necesitan armas para tratar de inmovilizar a las Fuerzas Armadas, siempre bajo la idea de que, así, estas se cohibirán y se autoanularán, como si no conocieran a la perfección la normativa humanitaria, empezando por el principio de distinción.

Lo que pasa es que, no obstante su ingeniosa logística y orquestación, la MVNA es un método inherentemente improductivo y falaz.

Al ser desenmascarado por unas fuerzas del orden que respetan los valores de la democracia, resguardan el orden constitucional y promueven los derechos humanos, sus promotores, ideólogos y ejecutores se estrellan con el poder del Estado.

Un poder que, al conocer perfectamente sus alcances y limitaciones, no se deja caricaturizar, no se repliega, no se intimida.

Antes bien, planta cara al proyecto delincuencial, lo enfrenta pulcra y escrupulosamente para proteger al ciudadano de bien, lo desactiva y lo hace inútil hacia el porvenir, tal como sabiamente lo enseña el conductismo estratégico.