Pensar esta época en términos de vicisitudes, obliga a pensar en que la fragilidad de los vínculos interpersonales se ha hecho aún más presente, reparar en que el psiquismo está atravesado por la dictadura de la exhibición, exige notar la decantación hacia encuentros virtuales o presenciales, pero sin compromiso, así como lamentar la tiranía de los mercados frente al lazo social, y pasmarse frente a la depreciación de la palabra cauta y el desprestigio del silencio reparador.
Frente a estos horrores y síntomas de la modernidad, la amistad se revela como una de las posibilidades para velar por lo humano, para recorrer relaciones menos sufrientes, además, como el impulso para salvarse de la precariedad de la «modernidad líquida» y, más concretamente, para liberarse de los harapos de las redes sociales.
Sobre este tema, tomando en consideración el pensamiento de Aristóteles, nadie elegiría vivir sin amigos, aunque tuviera todos los demás bienes; sin embargo, ser amigo de muchos no cabe. De igual forma, la presencia de los amigos es grata tanto en la dicha como en la desdicha y los entristecidos sienten alivio cuando los amigos se conduelen con ellos.
Para Cicerón, es propio de la verdadera amistad reprender y ser reprendido y hacer lo primero con libertad, pero sin aspereza, y recibir lo segundo con paciencia y sin rechazo, asimismo, para el romano, no había una peste mayor entre los amigos, que la adulación y el halago.
Cavilando sobre lo antedicho, vemos pues, que la amistad es la generosidad en la palabra y en la escucha, el encuentro con un amigo a veces se ofrece para desbrozar la propia historia y a veces para asomarse a una historia enteramente ajena. Amigo es aquel que hospeda y acompaña, que permite el anclaje y el descanso, pero también es aquel que nos cuestiona en nuestros supuestos saberes y certezas, es una relación necesaria y al mismo tiempo elegida. Sin embargo, esta elección no es siempre posible. Para algunas personas, el vínculo amical es experimentado como un camino tortuoso, cuando no, inalcanzable.
El lazo familiar
Se trata de sujetos pertenecientes a familias que fracasan parcial o totalmente en el amparo de sus miembros, con fallos severos en las cuestiones más primarias como el amor, la protección y la filiación. Los integrantes de este tipo de familias son personas que, desde su profundo desamparo, tendrán que empezar por construirse un lugar propio y, desde ese cobijo, atreverse por apostar al abrigo del otro, confiar en que alguna persona sea capaz de dar ese alojamiento simbólico y real, del que fueron privados desde su nacimiento, pensarse merecedores de ese toque tibio y temperado, de ese afecto real que sosiega sin engañar.
En una sociedad que romantiza o más correctamente, que idealiza ciertos tipos de relaciones, la ausencia de amistades implica quedar fuera, estar al margen de la escena social. Las personas que tienen dificultades para entablar relaciones de amistad se aíslan en el ocultamiento y la clandestinidad, se sienten fuera de las leyes básicas de la cultura, son los herederos de la precariedad familiar que les precede, para ellos, la idea de contar con amigos se encuentra más lejana de la realidad y más cercana al mito.
Asimismo, esta inopia de contactos se nutre de la vergüenza de suponerse extraños, de presentir una carencia de atributos que encuentran como la causa unívoca de su soledad. Y, aunque la verdadera amistad está lejos de ser interesada, sea como sea, es cierto que de la amistad nos servimos, pero lo hacemos para estar menos solos y extraviados y para no permitir que otros estén solos ni extraviados.
La instantaneidad de la vida actual se opone a la continuidad que necesitan los lazos sociales, es por ello por lo que, tal vez, para algunos, celebrar la amistad, podría ser indispensable, pero para muchos otros, angustioso. Quizá, el indicio de algún camino posible sea la valentía de admitir para con nuestros semejantes una alteridad que inscriba amistades cálidas y cercanas, en otras palabras, amistades posibles.
La autora es psicóloga y psicoanalista.