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La historia detrás de los disfraces del capuchón y la marimonda

Estos disfraces, surgidos como burlas satíricas contra los poderes y el autoritarismo, se convirtieron en ingeniosas formas artísticas colectivas.

GUSTAVO TATIS GUERRA

19 de febrero de 2023 12:00 AM

Los hombres y las mujeres del Caribe siempre tuvieron un disfraz guardado en el escaparate para sacarlo en el carnaval de febrero. Lo mismo en Cartagena como en Barranquilla, y en el resto del Caribe, el carnaval como imaginación festiva del cuerpo fue antesala a la Semana Santa, días de serenidad y recogimiento del espíritu. Le puede interesar: Videos y fotos: así se vive la Batalla de Flores del Carnaval de Barranquilla

En Cartagena, el capuchón; y en Barranquilla, la marimonda. Cada disfraz tiene una historia. Y cada carnaval es la invención histórica de un deseo y un delirio colectivo.

El Carnaval de Barranquilla se hizo con la invención de todos los hombres y mujeres del Caribe, con las aldeas al pie del río Magdalena que fueron a buscar un nuevo horizonte laboral en el puerto de Barranquilla, todos esas aldeas ribereñas y aldeas de monteadentro llegaban en canoa o en mula, y al desembarcar traían consigo una muda de ropa y un atado de recuerdos que se dispersaron en el corazón de la ciudad de arenas livianas a la sombra de los matarratones.

En esos recuerdos estaban las danzas, los disfraces, las historias que tenían que ver con las fiestas religiosas, las danzas folclóricas tradicionales, las leyendas y los mitos. El Hombre Caimán llegó de Plato, Magdalena; Francisco El Hombre, de la Guajira, los negritos pintados de negro y rojo del son de negros vinieron de Mahates, el Muerto Alegre convertido en Joselito Carnaval fue la suma de muchos muertos alegres en pueblos ribereños hasta convertirse en el muerto alegre que sale y entra del ataúd y sigue bailoteando más allá del Carnaval de Barranquilla.

El capuchón de Cartagena nació de la burla ante el sambenito, ese ropaje amarillo estigmatizador que le imponían los inquisidores a los herejes que juzgaban y atemorizaban con la horca y la hoguera. Un tipo con sambenito era un tipo condenado a muerte en Cartagena. Y en esta ciudad durante más de doscientos años fueron juzgados innumerables herejes, brujas como Paula de Eguiluz y negros rebeldes esclavizados herederos de la religión yoruba. Y la marimonda nació a finales del siglo XIX en Barranquilla, como protesta burlesca de los trabajadores humillados por empresarios de corbata y empleadores inmisericordes que les imponían más de ocho horas de trabajo diario. La marimonda es la suma de la burla simiesca y del burócrata encorbatado caricaturizado con el moco y las orejas enormes de un elefante.

No hay nada improvisado en el Carnaval de Barranquilla, que es Patrimonio Oral e Inmaterial de los colombianos y de la humanidad.

Los disfraces son una construcción colectiva en el tiempo. No hay nada improvisado en el Carnaval de Barranquilla, que es Patrimonio Oral e Inmaterial de los colombianos y de la humanidad. En ese carnaval estamos representados todos los habitantes del Caribe porque en las dieciséis danzas declaradas por la Unesco como patrimoniales, muchas de ellas, como el Son de Negros, pertenecen al Bolívar Grande, y es un honor saber que muchas de las danzas originarias de Barranquilla tuvieron su génesis en el antiguo carnaval de Cartagena de Indias.

Lo que Barranquilla construyó con su carnaval es un patrimonio que nos enorgullece a todos los colombianos. Además del inmenso mérito de haber preservado y enriquecido las danzas y comparsas con el aporte de todos los pueblos del Caribe, el carnaval es también la obra cultural democrática y la formidable empresa colectiva que se desarrolla y enriquece de enero a diciembre. Conocí y fui amigo del gran bailarín barranquillero Carlos Franco, quien consolidó una escuela de danzas folclóricas y un taller permanente de disfraces que empezó en el Barrio Abajo y se extendió a toda Barranquilla. A Carlos lo conocí cuando era estudiante de bachillerato en el colegio Andrés Rodríguez Balseiro, en Sahagún, y él fue a presentar sus danzas del carnaval en la Semana Cultural de Sahagún.

La historia detrás de los disfraces del capuchón y la marimonda

Carlos Franco recorría todo el Caribe para nutrir de nuevos elementos su apasionante apostolado de las danzas ancestrales. Gracias a su coherencia como artista, investigador y formador, fue llamado por la antropóloga Gloria Triana para acompañar la delegación de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabo en 1982, en Estocolmo. El carisma y abnegación de Carlos Franco sembró una legión de guardianes del carnaval que ha dado fruto en todos estos años, más allá de su temprana y lamentada partida. Cada vez que veo o asisto a una alguna danza del Carnaval de Barranquilla, me acuerdo de Carlos Franco.

Cada vez que veo a alguien disfrazado pienso en esos dos disfraces icónicos de nuestros carnavales: El capuchón y la marimonda. Lea: Los secretos que guardaba un capuchón

Recuerdo a los artistas cartageneros Cecilia Porras y Enrique Grau, que les encantaba disfrazarse. Cecilia se disfrazaba de pantera y dormía incluso disfrazada junto a su marido Jorge Child. Y Enrique Grau tenía una colección de disfraces y hacía fiestas de disfraces para celebrar en noviembre la Fiesta de la Independencia.

Hace unos años le pedí a mi amiga Maritza Zúñiga que ha ganado Congos de Oro en el Carnaval de Barranquilla, que me consiguiera una marimonda, que aún conservo y tengo debajo de mi escritorio.

Por estos días de carnaval mis colegas del diario El Universal han visto de repente al atardecer un par de orejas enormes y un moco bailoteante en plena sala de redacción.

El disfraz ha vuelto a provocar la risa o la perplejidad, como hace más de un siglo la provocó cuando los obreros se burlaron de sus empleadores de corbata, con aquel disfraz que se volvió emblemático del Carnaval de Barranquilla. Soy yo quien he decidido disfrazarme de marimonda, evocando la festiva sentencia del carnaval: disfrázate como quieras.

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