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Diomedes Díaz sigue siendo el papá de los pollitos

Han pasado diez años desde la muerte del Cacique de la Junta, y pese a los crímenes cometidos y una vida nada ejemplar, la obra del cantante sigue sonando y gustando.

  • Diomedes Díaz en pleno concierto en el año 2005, después de recuperar su libertad por el asesinato de Doris Adriana Niño. FOTO colprensa
    Diomedes Díaz en pleno concierto en el año 2005, después de recuperar su libertad por el asesinato de Doris Adriana Niño. FOTO colprensa
  • Esta foto fue tomada en junio de 1996, cuando ya el Cacique de la Junta era reconocido en todo el país y los lanzamientos de sus discos eran eventos totémicos. FOTO Archivo EL Colombiano
    Esta foto fue tomada en junio de 1996, cuando ya el Cacique de la Junta era reconocido en todo el país y los lanzamientos de sus discos eran eventos totémicos. FOTO Archivo EL Colombiano
  • Sepelio de Diomedes Díaz en Valledupar, después de tres días de velación en la plaza pública. FOTO El Colombiano
    Sepelio de Diomedes Díaz en Valledupar, después de tres días de velación en la plaza pública. FOTO El Colombiano
22 de diciembre de 2023
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1976. Diomedes Díaz en Medellín.

El muchacho flaco y con un párpado caído llegó nervioso al estudio de grabación, llevaba una botella de Aguardiente Antioqueño y se la fue tomando a sorbos, escondiéndose, tratando de calmarse; a la hora del almuerzo comió bandeja paisa, presuroso, intranquilo, y luego cantó desentonando, con una voz un tanto infantil, desproporcionada. A las ocho de la noche terminó intoxicado en un hospital. El disco salió al mercado meses después y el resultado no pudo ser otro: un fracaso estridente como su voz.

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En el LP se incluyó la canción Herencia Vallenata, de Sergio Moya, que finalmente le dio el nombre a la producción. Moya se llevó una desagradable sorpresa cuando la escuchó. La voz de Diomedes se salía del tono, carecía de fuerza, de brillo; hacía honor al apodo despectivo con que lo trataban: el chivo. El desastre le daba la razón a Rafael Orozco, que había dicho: “Ustedes se enloquecieron, ¿quién dijo que Diomedes es cantante? Él es compositor”.

Esta foto fue tomada en junio de 1996, cuando ya el Cacique de la Junta era reconocido en todo el país y los lanzamientos de sus discos eran eventos totémicos. <b> </b>FOTO<b> Archivo EL Colombiano</b>
Esta foto fue tomada en junio de 1996, cuando ya el Cacique de la Junta era reconocido en todo el país y los lanzamientos de sus discos eran eventos totémicos. FOTO Archivo EL Colombiano

Diomedes compuso su primera canción a los ocho años, recuerda —habla por teléfono desde Valledupar— Joaquín “Joaco” Guillén, su mejor amigo. Como Diomedes era el hijo mayor, salía a vender limones, a cuidar un cultivo de maíz, a rebuscarla, y caminado entre La Junta y La Peña, en el sur de La Guajira, iba juntando versos muy sencillos, pueriles, que formaban canciones agrarias, campesinas, de amores. A los 10 años había compuesto 15 canciones.

A los 12 años, siete años antes de grabar ese primer disco infame, se fue para Valledupar a mostrar sus composiciones. Entonces conoció a Joaco y este se convirtió en su escudero, en el Sancho que lo acompañó de caseta en caseta, de donde a veces salían echados; entonces probaban suerte otra vez y lograban que el joven interpretara una o dos canciones. Luego fueron a la finca de Jorge Oñate —que ya era un cantante consagrado— para ofrecerle un tema. Guillén recuerda que Oñate los recibió detrás de una reja, sin abrirles la puerta, y Diomedes, con su voz de chivo, le cantó siete canciones, intentando convencerlo de que grabara alguna.

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Oñate escogió Razón sentimental, el ruego desesperado de un hombre por el amor de una mujer: Como la fuente que domina al río / que establemente le brotan sus aguas / así igualmente lo haces tú conmigo / brotando penas que acaban mi alma. Después de escoger la canción, Oñate montó a Diomedes y a Joaco en una camioneta y los llevó del municipio La Paz a Valledupar. Diomedes estaba mal vestido, con unos pantalones gastados, una camisa vieja. Daba lástima mirarlo.

—Nos llevó a un almacén de ropa —recuerda Joaco— y le compró a Diomedes dos pantalones Pantera Negra y dos camisas. Se fue feliz porque cumplía el sueño de que Oñate le grabara una canción.

Esto sucedió antes de grabar el fatídico disco de Medellín. Joaco, siempre al lado de Diomedes en la aventura, reconoce que su amigo sabía que la garganta no le daba para cantar, que Jorge Oñate y Poncho Zuleta, los duros de la época, tenían voces portentosas, gruesas, mientras él emitía chillidos de gallo destemplado; los dos amigos, sin dejarse vencer, caminaban por las lomas y las sabanas de La Junta, Patillal, La Peña, Badillo, buscando torcer el camino de un mundo que les cerraba las puertas.

Nació el cantor campesino

Diomedes y Joaco volvieron a Valledupar después del fracaso del disco Herencia Vallenata. De vuelta a la tierra, derrotados, como el Caballero de la Triste Figura. Los dos recorrieron pueblos vendiendo el LP, tratando de salvar algo de la inversión que habían hecho. Entonces Diomedes se afligía y decía oiga, compadre Joaco, es que yo no sirvo para cantar, nojoda, yo soy compositor, y Joaco, terco, lo reprendía.

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Ese mismo 1976 se le dio otra oportunidad a Diomedes. Sony Music, en ese entonces CBS, lo puso a grabar al lado de Elberto López, de la dinastía López. Produjeron el disco Tres canciones y Diomedes se disparó como cantante. En los pueblos de la región, la Ventana Marroncita se convirtió en himno; la letra habla de un Diomedes adolescente, casi puberto, que llega a rascar la ventana de su amada, Patricia Acosta, una mujer de La Junta: En esa forma el corazón / Ay, cuando quiere de verdad, de día de noche o madrugá / vive alimentando su amor.

La voz de Diomedes tenía fuerza y mucho más brillo. ¿Cómo era eso posible? Carlos Liñán, investigador musical, dice que Diomedes se dejó pulir por Elberto López, quien lo fue guiando; el cantante escuchó consejos, aprendió del fracaso y revirtió sus errores con tenacidad.

Entonces comenzó la locura con Diomedes. Recuerda el amigo Joaco, siempre fiel escudero, que la gente se paraba en las mesas a ver al cantante; las parrandas se detenían, el tiempo se ralentizaba. Se iniciaba el culto a la personalidad que persiste hasta hoy.

Diomedes llegó a grabar Tres canciones con un diente flojo, que le tambaleaba, y que se le cayó durante la jornada. En la carátula del LP salió mueco, y varios de sus seguidores, que comenzaban a radicalizarse, se mandaron a quitar los dientes para verse como el ídolo naciente. “¿Viste? Mis seguidores, locos igual que yo, pero buena gente”, recordó el cantante muchos años después.

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Joaco dice que el éxito se debió a la humildad de Diomedes. Era como la gente de esa región, se dejaba tratar, pero además tenía ingenio y logró una mística relación con su fanaticada, a la que le compuso dos canciones sentidas.

La década del 80 consagró a Diomedes. Los pueblos se detenían cuando anunciaban sus presentaciones. Era algo sin precedentes en la música vallenata. El cantor sabía, desde pequeño, que tenía un magnetismo innato, que su carisma envolvía a la gente. Así describe el periodista Alberto Salcedo Ramos el fenómeno: “En los conciertos de Diomedes, el público necesita admirarlo a él. Miles de hombres y mujeres que se habían cuadrado para bailar quedan de pronto petrificados, como si el canto fuera un conjuro que les arrebatara el movimiento. Y se someten a observarlo nada más. Maravillados, sorprendidos”.

En esa época comenzaron las habladurías para explicar el fenómeno Diomedes. Decían que había llegado derrotado de Medellín —que por esos años era la meca de la producción discográfica en Colombia, desde donde se grababan discos de chucu-chucu y vallenato— y que por eso se había metido a la Sierra Nevada, donde los indios lo rezaron. Para Liñán, la explicación es más sencilla: “Tuvo la humildad suficiente para dejarse guiar por el Debe López y los demás acordeoneros, como Colacho. Fue capaz de sobreponerse al fracaso y salió pa’lante, confiando en su propio talento”.

Diomedes sobresalió porque era genuino, de pueblo, y eso le gusta a la gente, pero también porque tenía una voz diferente. Más que cantante era un intérprete que lloraba, que gritaba, que sabía cómo entonar cada frase. Le ayudó también que tenía un oído prodigioso para escoger las canciones y conocía bien a su fanaticada. “Yo no soy cantante, cantante es mi corazón”, solía decir.

Diomedes se sintió un dios, y con razón, porque detenía a los pueblos, enloquecía a las mujeres, al punto de que le lanzaban la ropa interior. Se llenó de amigos que le regalaban vacas o camionetas, y que lo ponían en un pedestal inalcanzable. Todos querían tocarlo, ponerse su camiseta sudada, arañarlo para sentir que era tan mundano como los demás. Y se creyó por encima del bien y del mal con el beneplácito de sus seguidores que todo le perdonaban; por eso él mismo cantaba en una suerte de improvisación: Como Diomedes no hay otro / Eso nunca nacería / Como Diomedes no hay otro / Eso nunca nacería / Y si nace no se cría / Y si se cría se vuelve loco.

El ídolo de barro

Tras la fama, el ídolo de multitudes comenzó a incumplir compromisos por quedarse bebiendo con malas amistades. Si se presentaba en Bosconia, él estaba en Barranquilla, peado, en compañía de mujeres y algunos alcahuetas. Colacho Mendoza, su acordeonero, renunció al conjunto porque casi lo mata una horda que pedía a Diomedes a gritos. Los músicos se exponían a pedradas y botellazos del público enloquecido.

—Diomedes era un genio, dice Joaco, quien se convirtió en su mánager—, pero era débil. Un poco de lambones y malas amistades se aprovecharon de él.

Sobre el cantante cayó el apodo “Novienes Díaz” y en más de un pueblo se le declaró persona non grata. Los excesos con el licor y las drogas desmejoraron su voz, y el brillo del ídolo popular comenzó a palidecer. Esos excesos lo condujeron a la cárcel, luego de ser hallado culpable en 2001 del asesinato de su amiga Doris Adriana Niño. Entonces se vino cuesta abajo. Él mismo lo dice en la canción Experiencias Vividas: Y cuando estaba allá arriba, me mandaron de picada / De suerte caí en las manos de mi gran fanaticada / De esa gente que me quiere y que yo quiero con el alma.

Los que antes celebraban a Diomedes comenzaron a repudiarlo. Su carrera no se levantó después de la cárcel.

“Justo cuando habíamos caído rendidos ante la versión feliz del Quijote que sí pudo derrotar a los molinos de viento, el protagonista se nos volvió un antihéroe de vergüenza”, dice Salcedo Ramos en su crónica.

—Diomedes nació triste y murió triste —dice Joaco.

Sepelio de Diomedes Díaz en Valledupar, después de tres días de velación en la plaza pública. <b> </b>FOTO<b> El Colombiano</b>
Sepelio de Diomedes Díaz en Valledupar, después de tres días de velación en la plaza pública. FOTO El Colombiano

Les dejo mi canto

“Me tengo que preocupar, eso me lo manda Dios, porque nadie les va a cantar, ¡ay!, como les canto yo —pregonaba Diomedes en 1991 en Cartagena. No deja de preocuparme, y lo pienso a toda hora, y es que a mí me duele acabarme, porque queda mi gente sola”.

El cantante murió el 22 de diciembre de 2013, y desde entonces su fanaticada quedó sola e inconsolable.

Con el ídolo bajo tierra en el cementerio Ecce Homo, sus seguidores siguieron celebrando cada 26 de mayo. A Diomedes no lo ha vencido el tiempo, menos el olvido: tiene dos millones de escuchas en Spotify. En Tutunendo, Quibdó, hay un bar llamado el Cacique, con la foto del cantante en la entrada; en Montelíbano, Córdoba, billares El Cacique da la bienvenida al pueblo, y un Diomedes sonriente, de párpado caído, saluda al visitante; en Zaragoza, Antioquia, una mototaxi se llama Diomedes Díaz y tiene impresa la imagen del cantante mueco que grabó Tres Canciones.

Ayer hubo conmemoración en Medellín, en el bar Cacique, en la 70. Humberto Pinzón, el dueño del lugar, es un diomedista consumado. En el bar hay figuras de Diomedes en tamaño real.

—Tuve que quitar las imágenes de afuera porque la gente pasaba y las abrazaba. Lloraban y gritaban: “Diomedes, por qué te moriste” —dice Humberto.

Joaco estuvo anoche (jueves 21 de diciembre) en el Cacique contando su aventura con Diomedes, el ídolo de multitudes que cambió la historia de la música vallenata, que dejó el camino para las generaciones que vinieron después. Diez años han pasado de su muerte y sus seguidores van a su tumba en romería; las mujeres lloran y se acuestan sobre la grava, implorando; en La Junta, la cuna del cantor, se forman filas para tomarse fotos con su estatua, frente a la Ventana Marroncita, donde nació una leyenda llamada Diomedes Díaz.

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