Mateo Romo**

En la enciclopedia viva de nuestra América, distintas palabras dan cuenta de las luchas originarias por la emancipación y la conquista de la libertad. “Cimarronaje” es una de ellas. Así se denominó la praxis de resistencia de los esclavos negros que, por medio de la sublevación y escapatoria individual o colectiva, se opusieron a su condición de opresión y servidumbre, encarnando de este modo una clara expresión de oposición al colonialismo neogranadino y a una de sus manifestaciones habituales: la metamorfosis de persona en propiedad. Por su parte, a los esclavos rebeldes y fugitivos que la ejercieron, se los llamó “cimarrones”, y a las comunidades libertarias conformadas por esclavos cimarrones, “palenques”. Hoy, 12 de Octubre, recordamos vivamente a Benkos Biohó, el caudillo cimarrón más emblemático de la epopeya negra americana. Muchas fueron sus gestas. Una de ellas: haber liberado a los esclavos que luego fundarían lo que hoy recibe el nombre de San Basilio de Palenque: el primer pueblo libre de la América colonial[1].

El gran esclavo insumiso de la América española nació en las islas Bijagós, ubicadas en la Guinea Portuguesa (hoy Guinea-Bisáu). Su fuerza de trabajo, al igual que la de sus congéneres del África subsahariana, fue apropiada y sobreexplotada en el mal llamado “Nuevo Mundo”, sobremanera, luego de que la población indígena originaria fuera diezmada como consecuencia de la violencia que ejercían los colonos, las condiciones de sobreexplotación de la fuerza de trabajo en instituciones como la encomienda y la mita, el mestizaje y la propagación de enfermedades y pandemias. Ocurrido el genocidio de Abya Yala, la propuesta de eliminar la escasez de mano de obra a través de la importación de esclavos africanos fue asumida con ambición y codicia por reyes europeos, latifundistas, negreros y comerciantes[2]. El tráfico ibérico de esclavos de la África negra alcanzó dimensiones nunca vistas en la América hispana.

Algunos de los principales puertos negreros se asentaron en Pernambuco, Salvador de Bahía, Veracruz, Buenos Aires y Cartagena de Indias. A este último, principal puerto esclavista del Nuevo Reino de Granada, llegó Benkos Biohó y su familia a fines del siglo XVI, en el buque negrero de propiedad de Pedro Gómez Reynel, traficante portugués. Inicialmente, fueron vendidos al traficante Juan de Palacio. En 1596 pasaron a manos de Alonso de Campos, capitán español.

El viaje hasta América era ignominioso. Duraba cerca de dos meses. Los esclavos eran transportados en buques con poca o nula ventilación. Las enfermedades pululaban y la condición de hacinamiento hacía aún más gravosa la oprobiosa experiencia de viaje. Al llegar a América, la infamia destapaba su rostro sin maquillaje alguno. No en vano con la Conquista de América se dio rienda suelta al capitalismo naciente o arcaico, esto es, el de fase preindustrial y mercantil, consistente en la acumulación originaria e ingente de oro y plata (Sánchez, s.f.; Dussel, 1994). Por ende, la modalidad práctica de esclavo y propietario y la relación productiva colonial de despojo y depredación superlativos de la tierra llegaron al punto más alto hasta entonces conocido, y con ellos, el respeto por la vida, al más bajo.

En particular, sobre la esclavitud de la diáspora africana, el profesor Ricardo Sánchez Ángel (s.f.) dice:

fue un sistema de trabajo forzoso, de alto control y jerarquía social y cultural, en que la voluntad, el cuerpo y la conciencia estaban sometidos al biopoder de los mineros, plantadores y en general propietarios esclavistas. Esta relación de explotación y dominación era racial y clasista. (p. 35)

Toda esta infamia estaba justificada moral y jurídicamente. En lo moral, reinaba el atavismo ideológico de la superioridad del hombre blanco y el sofisma de que la esclavitud es inherente al hombre negro, así como la conveniente interpretación de que la igualdad cristiana no es del reino de este mundo, sino de la vida eterna tras la muerte terrenal. Lo jurídico-ideológico le daba vía libre a la barbarie social y moral vigente. Esta cita de David Brion Davis, recogida en la investigación Hacia la Independencia. Derechos, multitudes y revolución (s.f.), es ilustrativa:

Es difícil ver cómo una sociedad pudo haber tenido mucho respeto por el valor de los esclavos como personas humanas si sancionaba su tortura y mutilación, la venta de sus pequeños hijos, la dura explotación de su trabajo y el drástico acortamiento de sus vidas a causa del exceso de trabajo y la inadecuada alimentación. (p. 220)

Igualmente, en sus Ensayos de Historia Social, Jaime Jaramillo Uribe (1989) recuerda lo habitual que resultaban “la pena de muerte con descuartizamiento y exhibición pública de los miembros […], lo mismo que los azotes y las mutilaciones de manos, orejas y aún del miembro viril” (p. 32).

Ante esta sujeción de los cuerpos y depredación de la naturaleza, reforzada con la conquista de la inmensidad íntima (el espíritu y la imaginación), por medio de lo que Aníbal Quijano (1992) llamó la colonialidad del poder, Edgardo Lander (2000), la colonialidad del saber, y Walter Mignolo (1995), la colonialidad del ser, los esclavos africanos conformaron praxis de lucha y resistencia que iban desde cantos libertarios, acompañados de percusión y danza, hasta la rebelión. Todo, a la luz de un sentimiento de solidaridad, identidad y compañerismo, el malungaje, que se forjó desde el barco negrero que en empresa trasatlántica los condujo a las Américas.

La más insigne gesta negra fue capitaneada por Benkos Biohó. Aunque por aquel entonces ya lo habían bautizado como Domingo, su naturaleza rebelde de bijago nunca fue apagada por el eclipse evangelizador. La llama insumisa se volvió alborada por allá en 1599. Benkos lideró la expedición de 30 cimarrones que, a veinte leguas de la ciudad de Cartagena, crearon el primer palenque[3] (1600) en el arcabuco de la Ciénaga de la Matuna, al sur de la villa de Tolú[4], previa derrota a la cuadrilla de Juan Gómez, y dada de baja al líder de la cacería.

Ante la derrota de los españoles (cazadores cazados), Jerónimo de Zuazo y Casasola, gobernador de Cartagena de Indias, conformó una nueva cuadrilla con españoles y esclavos sumisos. A cargo de la expedición se designó a Diego Hernández Calvo. El segundo al mando fue Francisco de Campos, hijo del otrora amo de Benkos: Alonso de Campos. Nuevamente el palenque, como un Espartaco hecho pueblo, venció a la cuadrilla esclavista.

Este despliegue de legítima sublevación llevó a que en el palenque de Matuna se reconociera de manera formal la autoridad del gran insumiso. Al respecto, el profesor Ricardo (s.f.) dice:

Se proclamó a Benkos Biohó “rey del Arcabuco” y a su mujer “reina”. Se eligió un Cabildo Negro, un brujo, un tesorero y demás autoridades. El palenque se configura como micropoder alterno, perturbador y subversivo del orden colonial. Llegó a tener características de fuerte para la defensa, tierra para las faenas agrícolas, control de minas y “repúblicas independientes”. (p. 40)

La epopeya cimarrona, con el comando del caudillo Benkos Biohó, se extendió por Mompós, Tolú, Tenerife y Cartagena[5]. Fruto de la liberación de esclavos aliados, “para 1604, los cimarrones eran unos mil organizados y experimentados en las faenas de la guerra, la economía y sus tradiciones” (p. 41). Jerónimo de Zuazo, entonces, el 18 de julio de 1605 propuso un tratado de paz que se solo concretó hasta 1613, ya no con él, sino con su sucesor: Diego Fernández de Velasco.

Entre otras conquistas, Benkos logró el reconocimiento de la autonomía del Palenque, el hecho de que los cimarrones pudieran circular libremente por la ciudad, un trato respetuoso por las autoridades[6]… El pacto, no obstante, fue incumplido por el bando español en 1619 (mutatis mutandis, algo similar hace hoy el Gobierno colombiano con los excombatientes de las FARC). El rey del Arcabuco fue sorprendido una noche y tomado preso a traición por la guardia de la muralla. Finalmente, García Girón, nuevo gobernador de Cartagena, autorizó su ahorcamiento el 16 de marzo de 1621. Poco después, el gran insurrecto fue descuartizado. Benkos, entre otras, fue acusado de embustero, esto es, viniendo de la lengua del gobernador, de encantador libertario. Pues bien, así, como en la “Parábola del palacio” (1998), de Jorge Luis Borges, el poder de palabra y persuasión del rey insumiso, que atraía como el poeta con el verso, salvo que él lo hacía con el llamado a la acción, fue confrontado por un poder muy pedestre, pero también muy poderoso, el de la perfidia y la capacidad de matar.

La resistencia y dignidad libertaria del palenque de la Matuna y de su precursor fueron el punto de partida para la constitución de otros palenques que, a su vez, preludiaron el de San Miguel Arcángel —convertido en el poblado de San Basilio de Palenque en 1713 (Navarrete, 2008; Castaño, 2015)—, fundado y liderado por quizá el máximo heredero del legado libertario de Biohó: Domingo Criollo, que por aquel entonces capitaneaba los demás palenques de la Sierra.

Luego de intensos enfrentamientos entre los palenqueros, las autoridades y las cuadrillas esclavistas, el rey profirió la real Cédula del 23 de agosto de 1691. Por medio de ella, acogió las peticiones de los cimarrones comandados por Domingo Criollo. Entre otras, el reconocimiento de la libertad, la autonomía de gobierno, un tratamiento fiscal y jurídico igual al resto de la población, la demarcación del territorio junto con el derecho a la tierra y su uso productivo (Guerrero, Hernández, Pérez, Pérez, Restrepo, 2002). Se trataba de un nuevo pacto de paz que contó con la intermediación del padre Baltasar de la Fuente. No obstante, el poder bifurcado, traducido en un rifirrafe y conflicto de intereses entre la Corona y los conquistadores, se hizo presente y las fuerzas esclavistas, al unísono de la marrulla de que “la ley se obedece, pero no se cumple”, desacataron la cédula y desataron una severa represión[7].

En esta oleada colona proguerra, Domingo “el grande” y “el bueno”, como lo llamaban, fue asesinado a mansalva en 1694. Sin embargo, San Miguel Arcángel resurge de las cenizas y da continuidad a su heroica lucha bajo la égida de que una vida sin libertad no merece ser vivida. Finalmente, en 1713 se celebra un entente cordiale entre los palenqueros y el gobernador Francisco Baloco Leigrave. Con este pacto, para el que aparte de la persistencia en la lucha fue determinante la mediación del obispo Antonio María Cassiani (que tenía merced real para intervenir), llegó el reconocimiento de la libertad (Arrázola, 1970; Friedemann y Patiño, 1983), junto con la autonomía de gobierno y el derecho a la tierra: tópicos básicos para forjar emancipación territorial e identidad comunitaria. Así, el poblado de San Basilio de Palenque, antes palenque de San Miguel Arcángel, se convirtió en el primer pueblo libre de la América colonial.

Pese a constituirse en símbolo de fundación de libertad, autonomía local y resistencia emancipadora de los oprimidos, hoy por hoy la pobreza extrema, el hambre y la desesperanza rondan las polvorientas calles de San Basilio de Palenque. El paradigma racial-clasista ha mutado desde la Colonia hasta la República de diferentes formas. Una de las fórmulas que sofistica la infamia, pero reencaucha su nervio, es el caduco y obsoleto modelo de Estado-centro paternalista que hace lo que en otrora los colonos a los cimarrones: privar de soberanía a los territorios. Ese es el caso de San Basilio que, en cuanto corregimiento, carece de autonomía económica y administrativa, y sin previa emancipación, como bien enseñaron Marx y Hannah Arendt, no están dadas las condiciones básicas de la libertad.

Así pues, aunque en Colombia la esclavitud fue proscrita de iure en 1851, parafraseando a Manuel Zapata Olivella en Las claves mágicas de América (1989), no es extraño pensar que el esclavo cimarrón se sintiera libre, y hoy muchas personas jurídicamente libres, se sientan esclavos.

Guardando las proporciones, con comunidades como San Basilio de Palenque pasa lo mismo que con pueblos como Haití (primera república en América Latina que proclamó su independencia y primera república negra del mundo), que luego de haber derrotado tres colonialismos, España, Francia e Inglaterra (James, 2003), fue boicoteada y perseguida por un capitalismo depredador y leonino. La venganza de las potencias se traduce en un neocolonialismo de dominio político-económico.

A propósito del derrumbamiento de la estatua del genocida-esclavista Sebastián de Belalcázar, recordemos que también existen estatuas en homenaje a líderes como Benkos Biohó. No obstante, el monumento es insuficiente para honrar su epopeya; lo propio es que reafirmemos con acciones conjuntas que no hemos sido descubiertos ni vencidos. Es tiempo, pues, de retomar el legado del gran insumiso y bregar por romper las cadenas neocoloniales.

Referencias

Arrázola, Roberto (1970). Palenque. Primer pueblo libre de América. Cartagena: Ediciones Hernández.

Borges, Jorge Luis (1998). Parábola del palacio. En: El hacedor. Madrid: Alianza editorial.

Brion Davis, David (1996). El Problema de la Esclavitud en la cultura Occidental. Bogotá: El Áncora Editores/Ediciones Uniandes.

Castaño, Alen (2015). Palenques y Cimarronaje: procesos de resistencia al sistema colonial esclavista en el Caribe Sabanero (siglos XVI, XVII y XVIII). CS, (16), 61-86.

Dussel, Enrique (1994). Historia de la filosofía latinoamericana y filosofía de la liberación. Bogotá: Nueva América.

Fals Borda, Orlando (2002). Historia doble de la Costa 1, Mompox y Loba. Bogotá: Serie Maestros de la sede Universidad Nacional de Colombia, Banco de la República, el Ancora editores.

Friedemann, Nina y Patiño, Carlos (1983). Lengua y sociedad en el Palenque de San Basilio. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

Guerrero, Clara Inés; Hernández, Rubén Darío; Pérez, Jesús; Pérez, Juana y Restrepo, Eduardo (2002). Palenque de San Basilio. Obra Maestra del Patrimonio Intangible de la Humanidad. Bogotá: Presidencia de la República de Colombia, Ministerio de Cultura / Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Entidades asociadas: Consejo Comunitario Kankamaná de Palenque de San Basilio, Corporación Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque de San Basilio, Institución Educativa Técnica Agropecuaria Benkos Biohó.

James, C. L. R. (2003). Los Jacobinos Negros. Toussaint L’Ouverture y la Revolución de Haití. Madrid: Turner/ Fondo de Cultura Económica.

Jaramillo Uribe, Jaime (1989). Ensayos de Historia Social [Tomo I]. Bogotá: Tercer Mundo editores.

Lander, Edgardo (ed.). (2000). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Caracas: Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (FACES-UCV), Instituto Internacional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC).

Mignolo, Walter (1995). Decires fuera de lugar: sujetos dicentes, roles sociales y formas de inscripción. Revista de crítica literaria latinoamericana, 11, 9-32.

Navarrete, María Cristina (2008). San Basilio de Palenque: Memoria y tradición: Surgimiento y avatares de las gestas cimarronas en el Caribe colombiano. Cali: Universidad del Valle.

Quijano, Aníbal (1992). Colonialidad y modernidad / racionalidad. Perú Indígena, 13(29), 11-20.

Sánchez Ángel, Ricardo (s.f.). Hacia la Independencia. Derechos, multitudes y revolución. [en edición].

Simón, Fray Pedro (1958). Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales [Tomo VI]. Bogotá: Biblioteca Banco Popular.

Zapata Olivella, Manuel (1989). Las claves mágicas de América. Bogotá: Plaza & Janés.


* Mis agradecimientos al profesor Ricardo Sánchez Ángel por darme un espacio en el Seminario Internacional “Ni descubiertos ni vencidos. Historias intelectuales indígenas y subalternas en el periodo colonial” para comentar su conferencia “Benkos Biohó: la rebelión cimarrona y palenquera”, presentada el 12 de octubre del año en curso. Este texto es una versión ampliada de mi comentario.

** Abogado, especialista y estudiante del programa de Maestría en Filosofía del Derecho de la Universidad Libre, con estudios en Literatura (Universidad Central) y énfasis en edición y corrección de textos científicos. Actualmente, se desempeña como investigador auxiliar del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre. Correo: mateo.romo@unilibre.edu.co

[1] En el 2005, la Unesco declaró a San Basilio de Palenque Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.

[2] Esta moción recibió incluso el espaldarazo del fraile Bartolomé de las Casas. Solo con el tiempo, probablemente a mediados de 1545, De las Casas le dio un giro a su cosmovisión sobre la esclavización africana. Su opúsculo Brevísima relación de la destrucción de África, que fue preludio de su obra más célebre: Brevísima relación de la destrucción de las Indias, da cuenta de su final toma de postura contra el maltrato castellano y portugués hacia la población africana.

[3] “Palenque, porque se hizo con una gran estacada de madera, fosos, púas envenenadas y trampas con huecos disimulados en los caminos que a él conducían. Como tal, se convirtió en modelo defensivo para todos los palenques de cimarrones que le siguieron, que fueron muchos y que se extendieron por todo el país, con base en la explotación comunitaria de la tierra” (Fals Borda, 2002, pp. 53A-54A).

[4] Fray Pedro Simón (1958) señala: “Y en estos tiempos [1599] comenzó un alzamiento y retiro de ciertos negros cimarrones en aquella ciudad de Cartagena de Indias, cuyos primeros pasos fueron que un Juan Gómez, vecino de ella, haciendo malos tratamientos a algunos de los que tenía, había entre ellos uno que se llamaba Domingo Bioho, tan brioso, valiente y atrevido, que tuvo alientos para huirse de casa de su amo y llevar consigo a otros cuatro negros, a su mujer y tres negras, todas de su ama, que con otros que hicieron lo mismo, esclavos de Juan de Palacios, vecinos de la misma ciudad, se retiraron, siendo todos hasta treinta, al arcabuco y ciénagas de Matuna, que están a la parte del sur, no lejos de la villa de Tolú, y desaguan en el mar por aquel paraje” (p. 319).

[5] Por esto y mucho más, hazañas como la de Benkos Biohó representan un punto de inflexión entre la Conquista y la fundación de la República. Ese punto medio son las luchas antiesclavistas, parte indispensable del capítulo de la Independencia.

[6] Fray Pedro Simón (1958) relata: “[…] y darles licencia para que entrasen en la ciudad y saliesen de ella con su capitán Dominguillo, como lo hacían a todas horas, y el Bioho andaba con tanta arrogancia que de más de andar bien vestido a la española con espada y daga dorada, trataba su persona como un gran caballero” (p. 235).

[7] El 31 de mayo de 1693, momento en el que la tensión era superlativa, se propone reconocer la libertad solo a los cimarrones nacidos en los palenques de la Sierra (criollos sin amo). Pues “era imposible pagarles a los dueños el valor de la libertad de sus esclavos huidos y alzados” (Guerrero et al., 2002, p. 15). Los palenqueros, por supuesto, no aceptan tan humillante propuesta, que “significaba desintegrar los palenques, desmembrar las familias, romper los lazos de solidaridad como fundamento ético y renunciar a un derecho ya ganado” (p. 15).