Historia V – 1. Una vida comoda – Revolucion Industrial

 

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A principios del siglo XIX Londres era la nueva Roma, la capital de un vasto imperio comercial que rodeaba el globo terrestre, no había otra ciudad más grande y más rica en el mundo. Su estilo de vida era igual, allí estaban los que vestían con las mejores ropas, vivían en las mejores casas, y tenían las más preciadas posesiones. Londres parecía una nueva Roma pero las fábricas de la revolución industrial le daban un toque distinto, en la antigua Roma la “buena vida” era disfrutada solo por los miembros de la familia de la élite gobernante, pero en esta “nueva Roma” las cosas eran muy distintas, la industrialización implicaba que una creciente mayoría de la sociedad podía disfrutar de los beneficios ofrecidos por el nuevo estatus de Londres y la cada vez más numerosa clase media podía permitirse tener aspiraciones. La revolución industrial iba a crear con este proceso un nuevo mundo fácilmente reconocible, el mundo del hogar moderno.

Durante la revolución industrial la economía de Inglaterra había empezado a prosperar, para que siguiera prosperando la ciudad de Londres necesitaba una maquinaria financiera totalmente nueva, el Banco de Inglaterra ya estaba allí, la Bolsa ya funcionaba en 1773, de modo que la ciudad tal como la conocemos empezaba a emerger, y esos nuevos mecanismos comerciales necesitaban un nuevo tipo de trabajador que los manejase, estos trabajadores se convirtieron en la espina dorsal de la clase media emergente. Puede que quisieran trabajar en la ciudad pero querían vivir en otro lugar; en lugar alejado del ruido, la suciedad y el ajetreo de la ciudad de Londres, querían estar rodeados de ambientes tranquilos, bien  iluminados, saludables y, por encima de todo, modernos y elegantes.

Entre 1760 y 1840 el boom inmobiliario estaba transformando Londres y los edificios Georgianos se multiplicaban, la rápida expansión fue satirizada en un chiste: “Londres se va de la ciudad”. Para ayudar a evitar la mala construcción el “boom” estaba controlado por el Acta de Edificación de 1774. Las casas se construían solamente con materiales resistentes a los incendios como el ladrillo, las paredes tenían que construirse con un grosor especial, el uso de la madera estaba estrictamente controlado porque podía incendiarse fácilmente, y esta era remplazada por el hierro, las ventanas tenían que estar a diez centímetros de la fachada, y los marcos tenían que estar cubiertos de ladrillo por fuera para proteger la madera del fuego, y los tejados estaban cubiertos de un material no combustible como la pizarra; el objetivo general del acta era asegurar que las casas eran construidas sólidamente y a prueba de incendios, pero sus consecuencias llegaron mucho más allá, el acta era una camisa de fuerza para la salvaje especulación inmobiliaria. Al trabajar con esta presión los constructores hacían lo posible para estandarizar la construcción de las viviendas.

También se implementó tuberías del agua, recolectores y el alcantarillado, los mapas del alcantarillado mostraban como se había impuesto un “plan maestro” en las zonas donde construían las inmobiliarias integrando los servicios en las casas, se planificaba la ciudad: el Acta del Pavimento Metropolitano de 1817 establecía que las nuevas tuberías de agua debían estar hechas de hierro forjado, antes de esa fecha las tuberías de agua se hacían de olmo, básicamente eran troncos de olmo con un agujero en el medio, los empalmes entre estas tuberías eran hechas muy a lo “bruto”, la manga se empalmaba metiendo un extremo dentro de la otra, esto significaba que se perdía muchísima agua, había que distribuir el agua a muy poca presión, y el agua chorreaba por las calles provocando un sinfín de reparaciones, en cambio la tubería de hierro forjado suponía un gran avance: producida en serie, barata, con las juntas muy apretadas, no originaba goteo así que el agua se podía distribuir a mayor presión lo cual significaba que el agua podía llegar a los pisos altos de las casas.

Con agua disponible en todas las casas la revolución industrial nos había dado el baño moderno, completado con cepillos de dientes producidos en serie y la recién inventada llave del grifo. La nueva red de tuberías de hierro forjado se extendió por todo Londres, y el consumo de agua de los hogares inmediatamente se disparó. La producción en serie estaba creando las comodidades modernas dentro del hogar, fuera, las cosas eran distintas; las calles poco iluminadas de Londres solían ser lugares peligrosos, Inglaterra era la nación más rica del mundo, sin embargo en Londres todavía proliferaban los pobres forzados a vivir del crimen, lo que esto significaba para los ricos era que incluso salir a cenar andando podía ser un asunto arriesgado exponiéndose al tipo de crimen callejero del cual pretendían escapar al trasladarse a sus nuevas y elegantes viviendas. Las lámparas de aceite de entonces no tenían fuerza suficiente para mantener la seguridad en las calles, por suerte una nueva fuente de luz iba a iluminar las cosas, gas de carbón, farolas de gas. En 1812 comenzaron  las obras para tener gas centralizado en Londres, en 1823 había cuatro compañías de gas  y entre todas habían instalado 322 kilómetros de tuberías, las lámparas de gas pronto empezarían a usarse para iluminar interiores y más de siete mil calles fueron iluminadas con gas, Londres estaba iluminado como nunca lo había estado, las calles ya no eran lugares a evitar, desde luego las lámparas de gas lo convirtieron en un lugar donde la clase media podía acudir en masa para disfrutar de su nuevo pasatiempo: ir de compras.

Durante la revolución industrial las tiendas al por menor cambiaron totalmente de estilo en los aspectos más significativos, había nacido la tienda moderna. Antes de la revolución industrial la gente solía comprarlo casi todo en ferias y mercados o a vendedores ambulantes, las tiendas que existían eran simples empresas donde unos individuos vendían sus productos o servicios. Había poca variedad para traer a los compradores, además había una cosa que les echaba siempre para atrás: en 1772 se hizo un Acta de Pavimentos que declaraba ilegales los letreros pegados o colgados porque eran un peligro para los peatones, en lugar de colgar carteles los tenderos fueron obligados a usar carteles pintados, no tan llamativos quizás, pero más uniformes y desde luego más seguros; los clientes ahora podían pararse tranquilos fuera de las tiendas pero sus vistas eran todavía limitadas por los pequeños cristales de los escaparates, pronto debido a los grandes avances en la producción de cristal e pequeño frontal de cristales panelados de la tienda dio paso a escaparates de cristal de una pieza y el escaparate de tienda moderna pasó a ser una novedad. La gente venía a mirar y al hacerlo veía la abundancia de artículos expuestos dentro, artículos que según dice un comprador contemporáneo: casi bastaba para volverle a uno codicioso.

Hubo un gran despliegue de zonas construidas para ser comerciales, mercados perfectos para los artículos producidos en masa que estaban inundando Londres. Las tiendas cambiaban porque las cosas que vendían también cambiaban, se estaba haciendo una revolución del consumo. Los artículos que ofrecían eran exquisitos y muy bien trabajados, pero habían dejado de ser exclusivos, gracias a las fábricas de la revolución industrial un vasto surtido de opciones se había abierto de repente para el consumidor.

En ésta época se implantó en el mercado lo que hoy en día llamamos “marketing”, catálogos de venta, bayas publicitarias y vendedores puerta a puerta despertaban el apetito del consumidor, pero para llegar al mercado de masas los fabricantes tenían la mirada puesta en una forma de hacer publicidad por encima de todas: los periódicos. El problema era que a principios del siglo XVIII sus tiradas eran pequeñas y eso era en gran parte debido a la imprenta Stanhope que los imprimía, usando esta imprenta en 1801 el periódico Times podía imprimir y vender solo 2.500 unidades al día. Viendo esto se apostó por una nueva tecnología: la imprenta de vapor, esta imprenta mecanizaba todo el proceso de impresión, esta máquina es el mayor avance hasta ese momento relacionado con la imprenta desde el descubrimiento del arte de imprimir, con ella la tirada del Times pronto llego a 7.000 por día, en 1865 era casi de 60.000, un nuevo producto de masas estaba alimentando el fuego del consumidor en casa: la información.

La gente estaba más dispuesta a comprar cosas si habían leído de ellas en un periódico, la moda impulsaba la revolución industrial, cuando los colores brillantes se pusieron de moda las personas se convirtieron en estilistas del hogar; tradicionalmente los colores se conseguían a través de los vegetales o minerales, el problema es que esos colores tradicionales no solían ser muy resistentes a uso, ciertamente es muy difícil lavar un tejido hecho con un tinte vegetal, así que había todo un mundo de posibilidades para que la gente pudiera elegir colores brillantes que reflejaran el gusto del momento y que fueran resistentes al uso; en 1797 un químico francés  Louis Nicolas Vauquelin inventó el amarillo de cromo, pronto se puso muy de moda en la ciudad en los años 1810 – 1920, todo el mundo quería esto para pintar paredes o para tejidos, y es un monumento maravilloso a la revolución industrial porque aquí tenemos química e invención al servicio de la moda y del estilo, es algo autentico. El resultado fue dinamita para el diseño de interiores, en unos años los industriales lo usaban en la producción de artículos para el hogar y los decoradores lo usaban constantemente; la clase media seguía de cerca el proceso, se producían muebles de gran calidad con diseños uniformes en masa, los periódicos y revistas también vestían a la moda y daban mucho de qué hablar, las vajillas a  juego daban a las mesas de clase un aire de distinguido reconocible en cada una de las casas con terraza sólidamente construidas.

La revolución industrial no solo había creado el hogar moderno sino una manera de vivir moderna, por primera vez los objetos del alta moda no solo eran deseables sino obtenibles por un sector más amplio de la sociedad, y lo que se había conservado en el museo, la historia, la cultura, ahora se podía comprar y exponer en los hogares de las cada vez más numerosas clases medias. Y el hogar del hombre inglés realmente se había convertido en su castillo gracias a la revolución industrial. t628589a1

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