En la orilla occidental del Nilo, oculto en las últimas estribaciones rocosas del desierto líbico, se encuentra un pequeño uadi –«valle» en árabe–. Lo delimitan los imponentes acantilados de Deir el-Bahari, visibles desde la antigua ciudad de Tebas, que se alzaba en la ribera opuesta del Nilo. Hoy conocemos este uadi como Valle de los Reyes o bien como Biban el-Maluk (Valle de las Puertas de los Reyes, en árabe), pero los antiguos egipcios lo llamaban «El Gran Lugar», aunque también se refirieron a él como «El Gran Campo», «La Bella Escalera del Oeste» o «La Gran y noble necrópolis de millones de años del faraón en el Oeste de Tebas». A juzgar por lo que nos indican todos esos nombres, el Valle de los Reyes fue para los antiguos egipcios un sitio sagrado situado al oeste de Tebas. Pero la gran necrópolis real del Reino Nuevo era, ante todo, un lugar de eternidad desde el que se podía acceder al Más Allá.
Cronología
Una historia milenaria
1504-1492 a.C.
Tutmosis I construye la primera tumba del Valle, la KV20. Más adelante, sus restos serán trasladados a la KV38.
990-969 a.C.
Para proteger las momias reales de los saqueos muchas son trasladadas a la tumba de Pinedjem II, en Deir el-Bahari.
1708
El jesuita Claude Sicard visita el Valle de los Reyes y describe diez tumbas abiertas en ese momento.
1768
El explorador James Bruce describe la tumba de Ramsés III, que bautiza como «Tumba de Bruce».
1922
Howard Carter halla la tumba de Tutankhamón, que tras el entierro del rey fue objeto de dos intentos de saqueo.
1987
Kent Weeks excava la KV5, la tumba olvidada de los hijos de Ramsés II, que ya había sido excavada por Burton y Carter.
La elección del valle
Desde la llegada a Egipto de los primeros exploradores occidentales modernos allá por el siglo XVIII –sabemos por sus inscripciones que griegos y romanos ya lo habían visitado en la Antigüedad–, se fue forjando la creencia de que la elección del valle como necrópolis obedecía, fundamentalmente, a la necesidad de esconder los magníficos tesoros que albergarían las tumbas de la mayoría de los soberanos del Reino Nuevo.
Tal vez ésa fue una de las razones de la elección: proteger de ladrones y curiosos tanto las momias de los reyes como sus ajuares funerarios. Pero llama la atención que, de entre los numerosos valles que había en la orilla occidental del Nilo, se escogiera precisamente uno relativamente pequeño y accesible.
La hipótesis del escondrijo tampoco encaja con el hecho de que, en vez de repartir los hipogeos entre los dos valles en los que se divide el uadi principal, se agolparan más de sesenta tumbas y algunos pozos sin terminar en el valle más reducido, el oriental, mientras que en el más extenso –el oriental o Valle de los Monos– apenas se han encontrado siete tumbas. Además, sabemos que las «puertas de los reyes» presidían, al descubierto y sin ser ocultadas, una especie de gran avenida natural protegida, eso sí, por un cuerpo policial, los medjay, dedicado a salvaguardarlas y a revisar periódicamente que se mantuvieran selladas e intactas.
Sin duda, a la hora de elegir el emplazamiento de la necrópolis real se tuvo en cuenta el fácil acceso al uadi por caminos que fueran transitables tanto para los trabajadores como para las procesiones rituales, así como la calidad de la roca caliza del valle, alejada del nivel freático de las aguas del Nilo. Pero también hubo factores de tipo religioso que determinaron la ubicación del Gran Lugar.
Un cosmos dual
Del mismo modo que el Nilo, a su paso, dividía el país en dos mitades, los antiguos habitantes de Egipto concibieron el cosmos como una realidad dual y complementaria. Así, denominaron a su país Kemet (en egipcio, la Tierra Negra), en alusión a la franja de territorio fértil que había a orillas del Nilo, oponiéndolo a Desheret (en egipcio, la Tierra Roja), una referencia a las áridas arenas del desierto. Ambos territorios, Kemet y Desheret, se complementaban y constituían el mundo visible en su totalidad. También se asociaron a dos divinidades fundamentales del panteón egipcio: Kemet, Egipto, era el territorio del dios halcón Horus, garante del poder real y del orden cósmico, y Desheret, el desierto, era el dominio de Set, el dios del caos y la destrucción. Orden y destrucción formaban un todo indisociable y se necesitaban el uno al otro.
Esta visión dual del cosmos y, por extensión, del territorio, determinó ya en tiempos muy remotos de la civilización egipcia que la Tierra Negra –Egipto– se considerase el espacio de los vivos, de sus campos y ciudades, mientras que la Tierra Roja –el Desierto– se estableció como la morada de los difuntos y el lugar de acceso al Más Allá. También existía una oposición entre Oriente y Occidente, puntos que, de acuerdo con el ciclo diario del Sol, se asociaron al nacimiento –pues al amanecer surge por el este– y a la muerte –dado que se pone por el oeste–. Estas dos oposiciones territoriales (Egipto-Desierto y Oriente-Occidente), fundamentadas en una visión dual del cosmos, explican por qué los egipcios situaron casi todas sus necrópolis en el desierto occidental. De este modo, el lugar escogido para situar el Valle de los Reyes, la gran necrópolis real, no podía ser otro que el desierto que se extiende en la orilla occidental del Nilo, frente a la ciudad de Waset (Tebas, en egipcio).
La Tierra Roja era la morada de los difuntos y daba acceso al Más Allá
El emplazamiento exacto de la necrópolis tampoco se dejó al azar. En efecto, si desde el corredor central del gran templo de Amón de Karnak proyectamos una línea recta imaginaria hacia el oeste, comprobaremos que al cabo de poco más de cinco kilómetros, y tras cruzar el Nilo, llega al templo funerario de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari. Este templo, que en la Antigüedad se denominó Djeser Djeseru («El más sagrado de los sagrados», en egipcio), se erigió al pie del acantilado de Deir el-Bahari, a poca distancia del Valle de los Reyes. El templo de la reina faraón tuvo un papel muy relevante en las celebraciones religiosas relacionadas con la necrópolis, por lo que la alineación con Karnak no parece casual.
Pirámides e hipogeos
Del mismo modo, no fue una coincidencia que el valle estuviera presidido por la cima puntiaguda de el-Qurn (el Cuerno, en árabe), un monte cuya forma recuerda la cúspide de una pirámide, especialmente si se contempla desde el interior del propio Valle de los Reyes. La cima de la montaña tebana fue considerada la morada de la diosa cobra Meretseger («La que ama el silencio»), protectora de la necrópolis y patrona de sus trabajadores y artesanos. Era un lugar prohibido.
La presencia de este monte en forma de pirámide guarda relación con el tipo de tumbas construidas en el Valle de los Reyes. Durante más de ochocientos años, desde la dinastía III hasta el Reino Medio, los faraones fueron enterrados en las grandes pirámides de las necrópolis cercanas a la antigua Menfis, en el norte del país. Tiempo después se impusieron como forma de enterramiento regio las tumbas de tipo hipogeo, excavadas en la roca y compuestas por un conjunto de galerías y cámaras subterráneas, al final del cual se encontraba el sarcófago con la momia del faraón en su interior. Aunque tenemos ejemplos de tumbas hipogeas ya en la época de las pirámides –como las de Qubbet el-Hawa, la necrópolis de Elefantina–, éstas no se impusieron como forma de enterramiento regio hasta el Reino Nuevo (1539-1077 a.C.), particularmente en el Valle de los Reyes.
Aunque la diferencia entre una pirámide y un hipogeo parece evidente, si examinamos con detenimiento los principales elementos que forman los complejos de las pirámides del Reino Antiguo y los comparamos con los elementos presentes en la necrópolis tebana se advierten grandes semejanzas.
En efecto, las pirámides formaban parte de un conjunto en el que había una tumba subterránea, un templo de culto al faraón difunto adosado a la cara este de la pirámide y otro templo situado en las cercanías del Nilo, en el límite de la zona cultivada y el desierto; este templo estaba conectado con la pirámide por medio de una calzada. Análogamente, en el Valle de los Reyes se puede considerar el-Qurn como una gran pirámide natural, de modo que cada uno de los hipogeos excavados en el Valle se podría considerar como una tumba subterránea excavada en el interior de esa pirámide. En la cara este de el-Qurn, en el límite de la zona cultivada y alineados con el Sol, están los llamados Templos de Millones de Años, donde tenían lugar las ceremonias de culto en honor de los faraones fallecidos.
La visión del mundo de ultratumba también es muy semejante en ambos tipos de enterramiento. Las pirámides se inspiraban en una tradición religiosa que asociaba el viaje del rey difunto al Más Allá con el tránsito del Sol. De ahí que los complejos de las pirámides se orientaran siguiendo un eje este-oeste, alineado con la salida y la puesta de Sol. Del mismo modo, las tumbas hipogeas del Valle de los Reyes reproducían el itinerario que realizaba el faraón difunto recorriendo el camino nocturno del Sol a través del inframundo o Duat –una suerte de «cielo inferior», peligroso y habitado por seres dañinos–, un lugar donde Re y Osiris se acabarían fusionando.
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Las dos orillas, ciudades de los vivos y de los muertos
Frente a la bulliciosa ciudad de Tebas, en la orilla opuesta del Nilo y a los pies de la montaña hoy llamada el-Qurn, se encontraba el área dedicada
a la vida de ultratumba de los faraones.
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Horizonte para la eternidad
Visto desde la antigua Tebas, el macizo montañoso donde está el Valle de los Reyes guarda un sorprendente parecido con el signo jeroglífico que representaba el Sol en el horizonte y se usaba justamente para transcribir la palabra egipcia akhet, cuyo significado principal es «horizonte», pero que también se relaciona con la luz y el brillo de los espíritus de los difuntos, los akhu. Las procesiones funerarias reales se detenían primero en el templo conmemorativo del monarca y luego iban al Valle de los Reyes por el camino que atravesaba el collado que lo unía con el circo de Deir el-Bahari. Así, el cortejo se adentraba en el Valle por el gran akhet, u horizonte occidental, visible desde Tebas y marchando de este a oeste, es decir, siguiendo el mismo camino que sigue el Sol desde el amanecer hasta su ocaso.
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La Cima de Occidente
El-Qurn, la curiosa cima piramidal que preside el Valle de los Reyes, era llamada por los egipcios Dehenet-Imenet, «La Cima de Occidente». Sin embargo, su denominación más habitual fue Meretseger, «la que ama el silencio», en alusión a la diosa cobra que protegía la desolada región donde se hallaba la necrópolis tebana y que castigaba con su mortal picadura a quienes habían cometido algún crimen. La cúspide de el-Qurn tuvo una interpretación simbólica y religiosa. Como otras montañas, pudo estar relacionada con el Montículo Primordial desde el que fue creado el mundo. La consagración de el-Qurn a la diosa celeste Hathor y la posterior asimilación de esta cima a la diosa Meretseger indican que la montaña se consideró una manifestación de la divinidad.
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Una tumba real improvisada
El 4 de noviembre de 1922, el arqueólogo británico Howard Carter descubrió en el Valle de los Reyes el primero de los 16 escalones que descendían hasta la puerta sellada de la tumba de Tutankhamón, una de las pocas que se han encontrado intactas en Egipto. Tras el descubrimiento vinieron diez años de intenso trabajo que incluyeron el descubrimiento y la posterior extracción del magnífico ajuar que contenía el hipogeo del joven rey. Es probable que la KV62, la tumba más pequeña del valle, no estuviera destinada a ser la morada final del faraón: la temprana muerte de éste, a los 18 años, llevó a las autoridades a buscar una solución de urgencia y, seguramente, se escogió para albergar el cuerpo de Tutankhamón una tumba destinada a algún miembro de la corte. La estructura del hipogeo es peculiar, pues la escalera está en el exterior y tiene muy pocas salas, pero, en esencia, se corresponde con la de las tumbas de la dinastía XVIII: los distintos espacios están distribuidos en dos ejes que forman un ángulo de 90º , y que corresponden al camino nocturno del Sol y de Osiris.
Este artículo pertenece al número 215 de la revista Historia National Geographic.