El cultivo de materias primas y los insumos empleados para la fabricación de estupefacientes impactan directo a la flora, suelos, fauna y ríos del hemisferio. Países como Colombia y Perú pierden en forma acelerada sus recursos naturales y ecosistemas por las actividades del narcotráfico, que tala bosques para sembrar marihuana, hoja de coca para producir cocaína y amapola para elaborar heroína.
Los residuos tóxicos de los químicos que utilizan para extraer las drogas no reciben un manejo adecuado, sino que son descargados en los cuerpos de agua, lo que contamina los recursos freáticos y causa la muerte de miles de especies.
La publicación Coca: Deforestación, contaminación y pobreza, de la Policía Nacional de Colombia (PNC), dice que “la producción de drogas destruye en el país un promedio de 40 531 hectáreas de bosque por año, es decir unas 111 hectáreas al día, donde el 80 por ciento de las especies arbóreas reportadas solo existen en ese bioma”. La deforestación implica además la destrucción del hábitat de especies endémicas que no tienen la capacidad de migrar. “En especies ‘faunáticas’, las cifras son: 600 aves, 170 reptiles, 100 anfibios y más de 600 peces”, agrega la publicación.
“El 47 por ciento de los cultivos [de droga] se encuentra en Parques Nacionales Naturales, resguardos indígenas o tierras de comunidades negras (…)”, dice el informe Colombia, monitoreo de territorios afectados por cultivos ilícitos 2018, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. El total de territorios dañados por cultivos de coca sobrepasa las 225 000 hectáreas, agrega la PNC.
Germán Márquez, profesor de la Universidad Nacional de Colombia e investigador del Instituto de Estudios Ambientales, explicó a Diálogo que ese país es uno de los que más sufre la tala por la producción de drogas. “La deforestación es el impacto más directo desde que se empezó con la marihuana desde los [años] 60 y 70 y luego con la hoja de coca, y en alguna medida la colonización de muchas áreas boscosas”, agregó Márquez.
Eliseo Talancha, presidente del Instituto Peruano de Derecho Ambiental y Patrimonio Cultural, dijo a Diálogo que su país vive una afectación similar a la de Colombia, sobre todo en la Amazonia.
“El narcotráfico es un problema ambiental local y regional, fundamentalmente se ubica [en el país] en la Amazonía peruana, en las selvas alta y baja. Impacta recursos como el agua, y el empleo de plaguicidas e insumos producen la pérdida del suelo”, agregó Talancha. “El proceso de producción de pasta básica de cocaína ocasiona graves daños sobre la contaminación de los ríos, y pérdida de la fauna”.
“Los efectos principales se pueden resumir así: intervención de ecosistemas estratégicos; adelgazamiento de cobertura vegetal; extinción de especies endémicas; disminución de áreas naturales; deterioro de cuerpos de agua y reducción de su capacidad reguladora; decadencia de calidad de agua por degradación física, química o biológica; alteración del régimen de lluvias y clima local e incremento de dióxido de carbono”, dice el informe de la PNC.
Entre los químicos descargados en los ríos de la región por la producción de cocaína los especialistas consultados mencionan kerosene, ácido sulfúrico, cal viva, carburo, acetona y tolueno. Se calcula que para producir cada kilogramo de pasta básica de coca se necesitan entre 400 y 600 gramos de químicos, que son depositados directamente en las fuentes de agua de la región.
Otras prácticas dañinas para los ecosistemas relacionadas con el procesamiento de drogas de las que hace referencia la PNC, son la acumulación e incineración de basura a cielo abierto y la contaminación de ríos.
“Muchos basureros son potenciales productores del proceso de dioxinas, furanos y alquitrán, cuya toxicidad [por su descomposición] en algunos casos es mayor que la del producto inicial. La acumulación de basuras a cielo abierto y sin tratamientos generan lixiviados [líquidos tóxicos residuales] que contaminan el suelo. Los residuos son introducidos al entorno en altas concentraciones y terminan inexorablemente en los cuerpos de agua, ligados a las partículas del suelo y en el peor de los casos, acumulados y magnificados. Es en este punto que la presión sobre el hábitat no solamente se circunscribe al área del cultivo, sino que es exportada a todo el ecosistema”, remarca la PNC en su publicación.